martes, 17 de junio de 2008
Esto lo escribí a las 10:13 p. m. | Ya pues, comente acá
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la centana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro, pero sin perder esa determinación que lo caracterizaba, esa mirada desafiante que parecía no quebrarse con nada. Cruzó el establo abandonado que me servía de refugio cuando me sentía triste o solo, el cual había visitado sólo hace un par de horas, y enfiló con paso raudo y veloz hacia donde yo me encontraba. Nunca había tenido talento para luchar, por eso siempre huía, pero esta vez, al parecer, no tendría escapatoria.
No entendía por qué estaba el aquí, si yo había hecho todo lo posible por desaparecer de la faz de la Tierra. Quizás uno de mis amigos me delató, tal vez me vio en aquel burdel besando a esa chica que olía a tabaco y alcohol, pero había pasado tanto tiempo de aquello, o simplemente, no tuve la capacidad para hacer las cosas mejor, porque nadie me había ayudado. Me sentía indefenso al no poder comprender cómo llegó él hasta acá, el entender que alquien me había traicionado. En esta situación límite, no me podía concentrar en vivir, sino que sentía cómo mi sangre hervía de rabia al darme cuenta de que ya no podía confiar en nadie, y que estaba solo.
Sabía que si quería salir viv de ésta, tendría que ser rápido y preciso. Sin embargo, un escalofrío invadió mi cuerpo y me dejó helado. No podía mover el más mínimo músculo de mi cuerpo, y eso me aterraba aun más. Sentía los latidos de mi corazón a mil, como una sinfónica que se oía al son de mi destino fatal, ese del cual nunca pude escapar, por más que lo intentase. Al final, junté valor y esperé justo frente a la puerta, esperando que ésta se abriera y el infierno se desatase. En mis manos, un revólver, en mi mente, la bandera.
En ese momento, pensé en las miles de personas que podría salvar jalando el gatillo, las personas que me acompañarían en mi último viaje hacia aquel agujero donde nadie saldrá, en el mártir en que me transformaré, en los libros donde leerán mi historia, en la calle que llevará mi nombre. Apuntando directo a la puerta, con los latidos de mi corazón a mil por hora, con mis ojos fijos en aquella cabeza que debería cruzar en cualquier momento el umbral, respiré profundo, mientras la puerta se abría, él entraba, y yo jalaba el gatillo que me llevaría a la gloria.
-¡Corten!- Dijo el director. Mientras salía del ser de grabación, le pedí a mi asistente un café negro, sin azúcar, con mis manos aún sudorosas y con la respiración entrecortada. Me senté, pensando que me había insertado demasiado en el personaje, respiré profundo y leí el guión una vez más
No entendía por qué estaba el aquí, si yo había hecho todo lo posible por desaparecer de la faz de la Tierra. Quizás uno de mis amigos me delató, tal vez me vio en aquel burdel besando a esa chica que olía a tabaco y alcohol, pero había pasado tanto tiempo de aquello, o simplemente, no tuve la capacidad para hacer las cosas mejor, porque nadie me había ayudado. Me sentía indefenso al no poder comprender cómo llegó él hasta acá, el entender que alquien me había traicionado. En esta situación límite, no me podía concentrar en vivir, sino que sentía cómo mi sangre hervía de rabia al darme cuenta de que ya no podía confiar en nadie, y que estaba solo.
Sabía que si quería salir viv de ésta, tendría que ser rápido y preciso. Sin embargo, un escalofrío invadió mi cuerpo y me dejó helado. No podía mover el más mínimo músculo de mi cuerpo, y eso me aterraba aun más. Sentía los latidos de mi corazón a mil, como una sinfónica que se oía al son de mi destino fatal, ese del cual nunca pude escapar, por más que lo intentase. Al final, junté valor y esperé justo frente a la puerta, esperando que ésta se abriera y el infierno se desatase. En mis manos, un revólver, en mi mente, la bandera.
En ese momento, pensé en las miles de personas que podría salvar jalando el gatillo, las personas que me acompañarían en mi último viaje hacia aquel agujero donde nadie saldrá, en el mártir en que me transformaré, en los libros donde leerán mi historia, en la calle que llevará mi nombre. Apuntando directo a la puerta, con los latidos de mi corazón a mil por hora, con mis ojos fijos en aquella cabeza que debería cruzar en cualquier momento el umbral, respiré profundo, mientras la puerta se abría, él entraba, y yo jalaba el gatillo que me llevaría a la gloria.
-¡Corten!- Dijo el director. Mientras salía del ser de grabación, le pedí a mi asistente un café negro, sin azúcar, con mis manos aún sudorosas y con la respiración entrecortada. Me senté, pensando que me había insertado demasiado en el personaje, respiré profundo y leí el guión una vez más
Buen cuentito..hasta antes del final pensé que uno de los columnistas de la página era un potencial psicho asesino de masas...ajajjajaja
Buen giro.-